Del diario de Herminio Deras: “Llegará el día de la libertad y a nosotros nos quedará la satisfacción de haber contribuido a una lucha”

Escrito por Iris Amador

Parte 1

“Estimado papá: me han dicho que está enfermo; lo siento mucho y también no poder verlo por la situación en que me encuentro”, le escribió Herminio Deras a su padre, Domingo Deras, en una carta fechada el 5 de diciembre de 1981. “Espero que se pare un poco la vigilancia, aunque me han recomendado no salir, por lo menos dentro de seis meses”, le explicó con pesar.

Apenas nueve días antes, miembros del Tercer Batallón de Infantería y de la extinta Dirección Nacional de Investigación (DNI), conocida popularmente como “DIN”, habían irrumpido en su casa en San Pedro Sula para detenerlo, sin orden de allanamiento. Pero Herminio logró huir saltando el muro perimetral.

Lo cazaban como a una presa, aunque no había cometido delito alguno. Lo consideraban peligroso, aunque nunca portó un arma. Lo llamaban enemigo del Estado, aunque procuraba el bienestar de sus compatriotas, especialmente de las personas desamparadas, en precariedad y en desventaja.

Pero, ¿quién era Herminio Deras?

Deras fue maestro de profesión, sindicalista y dirigente político del Partido Comunista.

Su misión era servir a los empobrecidos y marginados, por eso “le tendía la mano a quien lo necesitara”, dice su hermana Alba Luz Deras, a quien años después de que muriera su hermano, se le acercó un señor, visiblemente conmovido, para contarle que una vez, sin conocerse, Herminio lo había llevado desde un campo bananero ubicado en La Lima, hasta San Pedro Sula, para que recibiera atención médica.

Ese gesto le había salvado la vida, dijo, porque el doctor tuvo que operarlo de emergencia por peritonitis. Herminio y su esposa Otilia cubrieron los costos de la cirugía y lo cuidaron en su casa hasta que pudo levantarse de nuevo.

Herminio “ayudaba a sindicatos a negociar contratos colectivos”, dice Alba. Como resultado, los trabajadores planteaban demandas importantes a sus empleadores y lograban mejorar sus condiciones. “Justamente la negociación de un contrato colectivo importante, que derivó en una huelga en 1979, fue el inicio de la violenta, sistemática y mortal persecución contra Herminio y otros sindicalistas”.

La huelga a la que se refiere Alba es la que aconteció el 6 de marzo de 1979, cuando los empleados le habrían presentado un pliego de peticiones y reivindicaciones a la dirección de la empresa textil Bemis Handal, ubicada en San Pedro Sula. Sin embargo, la empresa reaccionó “de manera equívoca, para finalmente rehusar la negociación”, cita el Informe provisional núm. 194, de junio 1979, publicado por la Organización Internacional del Trabajo (OIT).

“Ante esta negativa, los trabajadores se declararon en huelga y ocuparon la empresa el 6 de marzo, informando que no saldrían hasta que la dirección aceptase negociar”. En la asesoría de esas negociaciones participó Herminio Deras.

Raíces en un campo de flores

Pero el apoyo que hacía a los sindicalistas, su vocación de servicio y de enseñanza a los demás, significaron una amenaza para Herminio. Él sabía que estaba en peligro, por eso, aproximadamente un mes después del episodio citado atrás, del que logró escapar saltando un muro, varios sujetos le hicieron 18 tiros a su residencia.

Mucho antes habían allanado el domicilio de sus padres en El Progreso, Yoro. Allí golpearon con las cachas de las pistolas a su madre Eustaquia García; destruyeron sus libros y le anunciaron, sin ambigüedad alguna, que querían matarlo.

“La última vez que lo vi”, cuenta Alba, con quien tenía un nexo muy fuerte, “él me dijo: yo sé que el objetivo soy yo”.

Herminio también sabía que una tortura muy practicada en los interrogatorios consistía en amarrar los pies junto con las manos de las personas por atrás, mientras se les colocaba boca abajo.

Por eso le confesó a su hermana que hacía ejercicios de estiramiento para soportarlos, en caso de ser capturado. Pero su plan para no ser torturado era más doloroso aún. “Yo no me voy a dejar llevar vivo”, le aseguró.

Toda esa conversación sobre torturas y muerte no podía ser más distante de la misión que nació para Herminio en “Las flores”, el nombre de un campo bananero en el que trabajó desde joven, en las afueras de El Progreso, antes de estudiar magisterio en Tegucigalpa.

Como obrero agrícola vio de cerca las condiciones en las que vivían los trabajadores. Esa y otras vivencias, recuerda Alba, le fueron dando conciencia de “que él tenía un propósito en la vida y era luchar por la justicia social”.

Herminio era un hombre compasivo. Tenía, como escribió su amigo José María Tojeira, una “férrea voluntad de permanecer siempre al lado del sufrimiento humano”. Por eso, quienes lo conocieron lo describen como un ser “tranquilo” que “hablaba bajito”. Mencionan su “carácter suave”, su “humildad” y su “sensibilidad”.

El diario de Herminio

En una página de su diario, que escribía a máquina, contó que, en el trayecto a Tela, en un paseo con “Oti”, el diminutivo cariñoso con el que llamaba a su entonces novia, se entretenía leyendo en el bus, frases de sus autores predilectos.

En aquel momento, continuó el relato, “entendí también que, si lo más bello de la tierra es el hombre, el pensamiento más bello debe ser el amor al hombre. Levantar esta blanca bandera como ideal es un deber, una honra, un gesto noble, inmortal, eterno”.

Tras un día de sol y arena en la playa que tanto amaba, en el diario, Herminio relata que, durante su retorno, “cuando pasamos por el puente que queda en la salida de Tela, recordé la novela de Ramón Amaya Amador, sus relatos, aquellos seres valientes que hace algunos años levantaron con gallardía su bandera de protesta y de lucha”. Era abril de 1968.

Unos años después, su madre, cuya salud él cuidaba, tomaría medidas insospechadas para cuidar los libros de Herminio. Los enterraba en el patio para que sus perseguidores no se los confiscaran o rompieran.

Pero ella no sabía, entonces, que pronto le romperían el corazón, porque apagarían la vida de su hijo, a tiros, mientras manejaba por San Pedro Sula, la madrugada del 29 de enero de 1983.

Cae una semilla

“El día de la muerte de mi papá, en 1983, recuerdo que mi mamá me despertó́ y nos dijo, a mí y a mi hermana, ‘levántense, mataron a su papá’. Mi mamá estaba muy emotiva y llorando, y también enojada y con rabia”, declaró Herminio Deras Flores, su hijo, cuando la Corte Interamericana de Derechos Humanos consideró el caso de Herminio Deras y Otros vs. Honduras.

“Recuerdo ver a mi papá en la parte de atrás de un carro pickup, con su camisa llena de sangre”, testificó. “Es una imagen que me atormentará toda la vida”. Tenía 9 años; su hermana Lorena, no más de 13 cuando se quedaron sin padre.

Herminio Deras fue asesinado el sábado por la mañana cuando retornaba a El Progreso, Yoro, tras una rápida visita familiar. Dos militares le ordenaron a un policía de tránsito detener su vehículo. Ya tenían su número de placa. Cuando paró su automóvil, los militares se subieron y le ordenaron seguir manejando. El policía reportó que momentos después escuchó sonidos de disparos; corrió hacia ellos y encontró a Herminio sin vida dentro del carro.

Personas que presenciaron su ejecución dijeron que lo vieron luchar cuando lo quisieron sacar, presuntamente para trasladarlo a un sitio de tortura. Su vida fue interrumpida a los 42 años, en una calle de un barrio llamado —igual que el campo en el que formó sus lazos con los campesinos— Las Flores.

La reparación de un pueblo

“Es un dolor que con el tiempo se ha hecho más profundo. Esa ausencia pesa mucho”, dice ahora Alba Luz, de visita en el país para atender el acto público que se realizó el 12 de junio en El Progreso, en el cual el Estado de Honduras reconoció públicamente su responsabilidad en la ejecución de Herminio Derás y las violaciones a los derechos humanos que se cometieron durante más de 30 años, en contra de su familia.

El acto público de reconocimiento de la responsabilidad internacional forma parte de las medidas de reparación tras la condena del Estado de Honduras ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos (Corte-IDH), publicada en octubre de 2022.

“Muchas veces tuvimos temor que no nos alcanzara la vida, como le pasó a varios miembros de la familia, para llegar a este momento”, pronunció Alba Luz en la ceremonia. “Dejamos la juventud en este largo recorrido”, relató, sosteniendo muy de cerca en el corazón a Domingo y a Eustaquia, ese día.

“No vamos a descansar hasta alcanzar justicia”, les había prometido Alba Luz frente a sus tumbas. Y “no le fallamos” a Herminio, ni a ellos, dice. Para Alba, que la memoria de su hermano siga viva y que se aprecie su legado es un bálsamo restaurador.

Al evento asistieron compañeros de Herminio de cabellos blancos, pero también estudiantes universitarios que nunca habían escuchado hablar de Herminio Deras. “Que ahora las nuevas generaciones lo reconozcan y lo reivindiquen es una enorme satisfacción. Es parte de la reparación que nos la da el mismo pueblo, no una sentencia”.

Herminio es motivo de orgullo para toda la familia. Con el compromiso de Honduras, mandado por la Corte, de incorporar en los programas de estudio de escuelas primarias y secundarias “la historia de los períodos de la violencia”, de aquí en adelante podrá serlo para toda Honduras.

En aquella misma carta que escribió para su padre en la que le decía, “de usted aprendí desde niño el valor de la dignidad personal; la firmeza ante el dolor y los sufrimientos”, Herminio había escrito algo más.

 “Llegará el día de la libertad y a nosotros nos quedará la satisfacción de haber contribuido a una lucha que históricamente no puede terminar más que con la victoria. Con mucho afecto. Herminio”.